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  • Carlos Rojas Castro

Seno y Coseno

Hay una realidad en el mundo de las Artes, no es una constante generalizada, pero es evidente que eventualmente mata lentamente a los llamados artistas y los reconfigura en máquinas de la repetida estética. Este mal visto como bien, es una didáctica de la secularidad, consiste en una afanosa búsqueda de los llamados estilos hasta una fórmula de trabajo que es la marca y a su vez la garantía de una venta por reconocimiento de la misma.

He visto el trabajo de Jesús Martínez, en el que utiliza fórmulas pero no las que buscan ese tipo de marca, fórmulas que no son signos inamovibles y que en su contenido variable y fiel a la palabra Plástica, dejan por un momento atrás la enfermiza monetización como objetivo y objetivan las demandas de su inquieta existencia. Sin embargo está claro ante la realidad donde cada quién debe vivir de lo que hace, a su vez engrana su ocupación horizontal que grafica ilustrándola en comunicados.

Ha determinado desafiar lo que dicta la destrucción conquistando la censura del ojo izquierdo que se lanza sobre el derecho en un juicio moral ejecutando la ley de no voltear a lo prohibido, a los albañales y a las costillas de los puentes donde solo la mirada que vuela puede visitar. Encontró esta libertad de abordar las ruinas para construir, no es el sueño fácil de un mortal pero si la pervivencia de la creación, un espíritu que ha logrado complementos en su discurso para señalar la popular normalidad, una irrupción al silencio de la decidía de esta nación. Hay que dejar claro que lo elemental y simple no es imperceptible, que invocar la bendición de algunas leyes físicas en inesperados planos y fachadas hace constar la respiración de lo que algunos ya consideraban inexistente.

Jesús cabalga en dirección opuesta al estigma artístico ese en el que la más usual etiqueta es la locura, actualizó sus respuestas y se ha preparado deportivamente para enfrentar la adversidad social. Homogenizó la preparación escolástica para vivir en la inevitable cultura de la intrascendencia, su nombre en una franela o una pared es parte del protagonismo postmodernista. La pasiva estridencia de su sarcasmo se ocupa del molesto y marcado elite de las Artes, una fresca rebeldía del "no me importa" la imposición de sus espacios y el exabrupto juicio del filtro. Me permito especular en su voz: yo solo estoy junto a mi grito que me calma, y sin dudas sé que hay criterios que lo escucharán.



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